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En defensa de los toros

Tengo el estupendo trabajo de documentar la vida en los pueblos, antaño. Fiestas, costumbres, curiosidades… En casi cada pueblo imperaba la costumbre de los quintos. Y no era infrecuente, en los diversos rituales de la quintada, terminar la fiesta con alguna perrada al burro. Emborracharlo o asustarlo a petardazos. El pobre burro rompía a rebuznar y los quintos se reían un rato. Todos sabemos que algunas de estas “quintadas” acabaron de la peor manera. Burros ardiendo tras ser rociados de gasolina, despeñados barranco abajo o molidos a palos… Explicar, que no justificar, porqué el hombre es cruel me llevaría un rato. Lo cierto es que estas salvajadas, si bien nunca estuvieron bien vistas en los pueblos, tampoco aparejaban mayor castigo. “Otra de los quintos” y en paces. Con el tiempo, la sensibilidad social se afinó, y hoy es lo suyo que se sancione a los perpetradores de salvajadas con animales.

Quiero decir que con esto de las animaladas se percibe una cierta progresión. Lo que ayer gozaba de cierta permisividad hoy nos asquea.

Jesús Mosterín.

Jesús Mosterín.

La principal argumentación en pro de los derechos animales y de la proscripción de la fiesta de los toros va por ahí. Pienso en Jesús Mosterín, el filósofo prohibicionista que mejor –creo yo- ha conceptualizado la cuestión. Para Mosterín, los toros -la tortura pública de animales, como les llama él-, se respalda en eso, en un “progreso” de la sensibilidad social. Si a la mayoría de los votantes les repugna la fiesta de los toros, lo suyo –viene a decir Mosterín- es prohibirlas, en tanto comportan un sufrimiento animal injustificado. Y no cualquier sufrimiento, estamos hablando de propiciar una agonía especialmente sangrienta a una res y por espacio no menor de 10 minutos.

Hay un factor ético implícito en ese posicionamiento en el que hay que detenerse. Una filosofía ética que intenta reprimir la crueldad humana y potenciar la empatía. Para Mosterín y muchos filósofos de la empatía, el infligir sufrimiento a un ser vivo contraviene las normas éticas y solo resulta “permisible” si se dan unos determinados condicionantes. Así, solo sería lícito inducir el sufrimiento de un animal si el fin resulta éticamente contrastable y no hay una alternativa a nuestro alcance, y siempre minimizando la cantidad de sufrimiento infligida.

Por ejemplo, matamos ratas  para prevenir enfermedades. Por ejemplo, sería ético experimentar fármacos con simios sino hubiera alternativas (que las hay, Mosterín es un paladín en la lucha contra la experimentación con simios y conoce bien el tema) a nuestro alcance.

De todo esto de la “ética de la empatía” no me creo ni media palabra. Pero acepto las reglas, y quiero atacar la posición de Mosterín desde dentro.

Es decir, admito que el toro sufre, admito que sufre para deparar una diversión o deleite en el espectador. Yo no le llamo así, pero admito que, en rigor, la lidia puede ser formulada como “tortura pública de animales”.

Pero no me dan miedo las palabras y pienso que incluso desde esta perspectiva (para mí sesgada pero admito que bien argumentada) hay razones para justificar el sufrimiento del toro de lidia.

Básicamente, y a diferencia de lo que ocurre con peleas de perros, ratas, gallos u otras supuestas diversiones basadas en el sufrimiento animal, la razón a la que me aferro para defender los toros –al menos desde esta línea argumentativa- es la necesidad de preservar un habitat: las dehesas. Pienso que una gran parte de las dehesas peninsulares perviven por la sola razón de ser el ecosistema para la crianza del toro de lidia. Si el señor Mosterín me demuestra algún día que las dehesas pueden sostenerse a medio plazo sin la crianza de toros de lidia, entonces estaría dispuesto a cambiar de opinión.

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En aras de la brevedad, me ahorro el análisis de alternativas a la preservación de dehesas basadas en actividades incruentas, desde los impuestos, las declaraciones de parques naturales, la cría de cerdos ibéricos o la lidia sin muerte. En aras de la brevedad pido un poco de crédito. La cuestión es que, examinadas diferentes alternativas, no veo manera de salvaguardar las dehesas, hoy por hoy y en su actual extensión, sin ganadería brava. Y sin dehesas, adiós toros de lidia, y águilas perdiceras, y liebres, y perdices… En otros términos,los diez minutos de sufrimiento del toro están justificados en la pervivencia de un ecosistema. Ese es el fin ético mayor en el que me baso (hay otros de naturaleza cultural y económica, pero siendo menos claros los obvio).

Conste que estoy hablando desde una filosofía ética que no comparto. La de la empatía. No creo en fundamentalismos ni creo en la prohibición legal basada en otra cosa que la utilidad social, el bien común.

Personalmente creo en la lucidez. He estado en varias ceremonias mulsumanas basadas en el sacrificio de algún animal (básicamente una res o un cordero, y tengo que decir, que  he ido más a estos sitios que a los toros). También he frecuentado eventos  basados en la matanza del cerdo, llevo allí a mis hijos y les enseño cómo se matan los cerdos y aprendo cómo se hace la comida. Creo que es bueno que lo sepamos. Creo que forma parte de nuestro aprendizaje. No es lo mismo comprar un kilo de carne de choto que experimentar los procesos que ha seguido ese kilo de carne de choto desde la granja al plato. Cuando ves los ojos del ternero primero paralizados por el terror y luego resignado a su suerte fatal mientras por el suelo se expande un charco de sangre, entiendes ciertas cosas. Nada es gratuito en este mundo. Todo comporta su grado de sufrimiento y depredación. Y veo, a mi lado, a estos niñatos hartándose de burguerkings mientras desde la más pura y dura ignorancia abominan de los toros, de la penita que les da el animal y preguntándose porque hay gente tan malísima que acude a los toros. Les veo irse dejando tras de sí hamburguesas a medio comer, montañas de basura plástica para cuyo procesado el hombre ha destruido hábitats enteros.

Me los llevaría el martes que viene a la fiesta al Aid Fitr, la fiesta del fin del Ramadán. Les mostraría cómo se mata un animal, como se destaza para aprovechar el máximo de carne. Les diría, quién sabe, lo mismo el día de mañana no os queda otra que hacerlo igual.

Creo que tras la lidia se encierra sabiduría. Cierto, es tortura pública de animales y más cosas.  Siglos de conocimiento profundo del ganado, ritualizaciones de la crueldad, antropología de la fiesta, de las relaciones sociales entendidas como celebración, una lección en directo sobre la vida y la muerte. Para mí (sé que para otra mucha gente no) y más allá de ejercicios retórico-filosóficos, estos conocimientos son suficientes para admirar y defender la pervivencia de la tradición.

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Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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