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Desahucios en la playa

Soy hombre de costumbres y llevo 57 años seguidos yendo en verano a la misma playa. De hecho, planto la tumbona en el mismo sitio metro arriba metro abajo y conozco -de vista- a muchos de los habituales, con quienes intercambio un elocuente alzamiento de cejas el primer día que, blanco cual cera, desembarco en la arena, y el último, en el que parto para la meseta rojo como un tomate.

Una rutina que este año se ha visto quebrada por un imprevisible suceso. En mi zona de playa, a una tortuga se le ha ocurrido  realizar una puesta de 119 huevos. Algo de lo que no hay constancia histórica en mi playa y que también viene pasando en algunos arenales del Mediterráneo español. Desahuciado por un quelonido de la especie tortuga boba (se llaman así Caretta caretta), me he visto en la penosa situación de mudarme algunos metros, invadiendo el espacio secularmente gestionado por otros veraneantes, por que claro, para los de toda la vida la primera línea es  irrenunciable (salvo los sábados y festivos, que las cedemos a los acalorados urbanitas de Barcelona).

En la zona de puesta, una organización conservacionista ha instalado un cerramiento con una malla a modo de techado en prevención de que un pelotazo redunde en una trágica tortilla. Es un buen cacho de playa, a lo que se añaden dos carpas para acoger a los heroicos voluntarios que, día y noche, se turnan en el futuro paritorio en estricta vigilancia del nido. Así se tirarán hasta septiembre, en que se prevé que eclosionen los huevos, si es que el cambio climático se apiada de los tortuguitos y no los asa.

Esto por un lado. La mía era una playa estándar de la Costa Dorada (Tarragona), con su paseo marítimo delimitando unos 20 metros de arenal. Por aquel entonces aquello bastaba para las familias que veraneábamos por ahí. Con el tiempo la población se multiplicó por 20 o por 30 (siendo yo chico en el litoral entre Vilanova y Salou residían todo el año apenas unos pocos miles, hoy son 450.000 personas empadronados, o sea que imaginen en verano), pero un factor corrió a nuestro favor. A finales de los 70 construyeron un puerto (una birria), tan mal hecho que ejercía un efecto barrera de modo que la arena fue menguando del extremo de la playa para acumularse en mi zona. Los 20 o 30 metros se convirtieron en en más de 100. A finales de los 90 declararon allí una reserva marina. No se puede pescar, de manera que nos hemos acostumbrado a nadar entre pescados. Hace unos años vi a un par de estilizadas barracudas atacando un banco de lisas, que es el pez más común. Señal de que el agua es limpia (inciso, de niño, los colectores desaguaban a 100 metros mar adentro, sin depurar ni nada, pero como éramos pocos tampoco se notaba mucho). En fin, un sitio más que agradable.

Ha pasado que la parte del arenal más alejada del agua se ha ido colonizando de plantas. La playa está recuperando el aspecto que tenía antes de que el desarrollismo la convirtiera en un tendedero de toallas. Las autoridades delimitan las zonas de paso y cada año la vegetación de marisma va creciendo. A mí me parece fantástico y esperanzador, pero muchos veraneantes no lo ven así. Opinan que es cuestión de una década que nos tengamos que comprimir en la zona de la orilla. Es sentir general que la vegetación de pantanal es, directamente, basura, hierbajos. No podrían estar más equivocados, pero así lo dicen. Sumen lo de la tortuga boba, y alguien que ha hecho números y visto documentales de La2 anda profetizando que como tenga éxito la puesta dentro de poco habrá 50 nidos en la zona, que serán 2500 para la siguiente… No es así, nuestra tortuga es boba por algo, y tarde no menos de 23 años en llegar a la madurez reproductiva (que yo no me limito a sestear frente a los documentales de La2) . De modo que en el chiringuito tranquilizo a los amigos. Este problema de invasión quelónida, de haberlo, impactará en la generación de mis hijos.

Pero no lo debo hacer demasiado bien. El personal es ecologista de boquilla, nos rasgamos las vestiduras por el cambio climático, pero es de boquilla. A la hora de la verdad primamos el confort y la gente se queja si alguien levanta eólicas o solares afectando a las vistas que tenía. La mayoría vería con buenos ojos que una excavadora se llevara estos casi 30 años de recuperación del litoral, y ya de paso las motos acuáticas pudieran acercarse a la playa a cargar pasajeros. No habría pececitos enredando entre las piernas, ni sargazos que la gente confunde con basura. Para ellos, para muchos, la naturaleza tiene que ser como un campo de golf en el interior y una playa blanca en el litoral, donde los adorables perros urbanitas y los ciclistas puedan campar a sus anchas. Y en esta guerra estamos.


Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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2 Comments

  1. No puede ser más acertado el final.
    Solo hay que observar lis anuncios de la tv. ¿Cuanto hace que no hay un anuncio de potitos? Pues fijense en los anuncios de latas groumet para chuchos… De motobicis qué vamos a decir.
    El futuro está aquí señor Besa

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  2. Cuando los hierbajos lleguen a la orilla… y no pueda echar su toalla. Tendrá que buscarse otro sitio para veranear, ¿no? señor Blesa.
    Con Dios

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