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Del voto de San Roque a los tiempos presentes

Luquero renueva el voto a San Roque en 2018.

“Lliureu-nos de pestilènciaaaaaaa, vos martir San Sebastiaaaaaá”, canturreaban en la procesión las beatas del pueblo. Cada 16 de agosto, Clara Luquero, y tal como hacen los alcaldes de Segovia desde 1599, se postra ante San Roque para renovar el voto de la ciudad contra la peste. La peste de 1599 en Segovia, de Francisco Javier Mosácula, nos refiere aquella catástrofe, entre 4.500 y 10.000 segovianos muertos entre mayo y agosto, cuando se verificó el primer voto al santo y la epidemia empezó a remitir. 56 muertos en Escarabajosa, 300 en Labajos, 130 en Garcillán…

Comprensible que nuestros ancestros identificaran el cuarto jinete del Apocalipsis con la peste, ¿qué puede haber comparable a la guerra, el hambre o la muerte? La peste, una maldición que en cuestión de semanas se lleva a la mitad de los vecinos del pueblo. Un miedo atávico filtrado a la memoria colectiva de manera que cualquier cosa que lleve la palabra “epidemia” absorbe nuestra atención irremisiblemente. ¿Epidemia? ¿Quién? ¿Dónde?

La historia de los hombres es, en gran medida, la historia de la enfermedad. Cómo luchamos contra parásitos de todo signo. Hasta el siglo XIX en que empieza el desarrollo de la microbiología las cosas no habían variado demasiado. Por ejemplo no será hasta 1897 en que la malaria se identifique con un mosquito. Por ensayo y error sí se habían afinado métodos empíricos para luchar contra los “efluvios ponzoñosos”  que hacían del tifus ciclíco en Segovia (san Roque miraba para otro lado). Drenar ciénagas, evitar que el Clamores fuera una cloaca, el higienismo, Pasteur, las vacunas, facilitar agua en buenas condiciones y separar las residuales, comportó un tirón demográfico nunca visto antes.

En 1928 una placa de Petri del doctor Fleming es casualmente colonizada por un moho, el pencilium. que resultó tener un demoledor efecto antibacteriano. Justo es decir que a Fleming no se le hizo ni caso hasta que en plena IIGM, buscando los aliados un remedio comparable a las sulfamidas alemanas, se le invitó a montar fábricas en América.

Hijos de la guerra, los antibióticos revolucionaron el mundo. En un siglo, gracias al higienismo y los antibióticos, la mortalidad entre menores de cinco años pasó del 50% a un 2,5% en los países más pobres de África, un 4 por mil y bajando en los desarrollados.

Soy un afortunado boomer de los 60. Quedaron atrás la tisis, las epidemias de fiebre del heno o tosferina que, tras la Guerra Civil, mataban a tantísimos. Recuerdo vagamente cuando me llevaron a chupar un terrón como de azúcar. La vacuna contra la polio.  Desde entonces hemos vivido varias alertas sanitarias. La primera que recuerdo es “la colza”. Neumonía atípica. El 1 de mayo de 1981 empezaron a morir los primeros afectados. En los días siguientes se habló de si era un arma bacteriológica de los americanos,  que si los tomates de Alicante… Aquello era un sinvivir. Un mes después se descubría que la enfermedad la provocaba una anilina en un colorante aplicado al aceite de colza para su uso industrial. Algún empresario desaprensivo había desviado partidas al consumo humano. Murieron 1.100 personas, 20.000 afectados, miles de ellos con daños crónicos.

El Sida marcó a sangre los años 80. En mayo de 1981 se diagnosticaban los primeros pacientes en Los Ángeles, cinco meses después aparecían los primeros casos en Barcelona. Por el grupo de riesgo se detectaron con rapidez los mecanismos de propagación y su origen vírico. Los jóvenes de entonces no nos lo tomábamos demasiado en serio hasta que las periferias de las ciudades empezaron a poblarse de desdichados yonkis con pústulas rosadas. Muertos en vida. Los tratamientos antivirales han convertido al Sida en una enfermedad crónica pero sigue siendo una pesadilla de la salud pública. Se calcula que, aquí y ahora,  20.000 españoles están infectados y no lo saben.

He vivido otras alarmas sanitarias, la más salvaje la del Ébola de 2014. Esa dio la medida de la capacidad de la prensa para hacer el chorra, y recuerdo la vergonzosa cobertura de manifestantes indignados por el sacrificio de un perro mientras en Sierra Leona la letalidad alcanzaba un 90%. Ese día entendí que en nombre de la información no se puede equiparar los dimes y diretes de un puñado de tontos sin remedio al decir de un entendido en la materia. Te llamarán pedante, censor, soberbio, mil cosas, pero no hay neutralidad posible frente a la estupidez humana.

Hay un antes y un después al SRAS de 2002, que se contuvo en 2003 sin casos reportados desde 2004. Estamos hablando de los hoy famosos coronavirus, es decir, una familia vírica que según parece empezó a medrar entre nosotros en el neolítico, con la generalización de la ganadería. Sin embargo no será hasta 1960 que se descubra y desde 2002 que se estudie en profundidad. Hoy se cree que de la treintena de tipos de coronavirus detectados, unos siete afectan al hombre y se teoriza con que pueden ser los causantes del resfriado común. Supercontagiosos por cuanto se propagan por vía aérea, como la gripe. De hecho, el temor es que esta nueva cepa pueda devenir en una suerte de gripe, es decir una epidemia periódica, un verdadero quebradero de cabeza para los sistemas de salud. La esperanza, es que se contenga como el SRAS y no volvamos a saber de él.

Entre tanto circo mediático, parece que el debate y de lo que deberíamos estar hablando los medios es ese: ¿lucha de contención a toda costa o prepararse para convivir con el mal? ¿Una mezcla de ambas cosas? Aquí intervienen no solo criterios médicos, también económicos, antropológicos, filosóficos, políticos…

Para ir  formando opiniones considero relevantes dos cosas. Una, conforme la investigación virológica avance más “enemigos” van a entrar en la ecuación. Dos, la eficiencia de un sistema público de salud. No es la misma tasa de letalidad la que puede aparejar el sarampión en Segovia que en Congo, donde llevan ya enterrados 6.000 niños (cierto que en el Congo desborda lo estrictamente sanitario).

Hay que considerar que el sistema sanitario chino está en fase de desarrollo. Hasta no hace tanto el gobierno se desentendía de la sanidad y a falta de cosa mejor los ciudadanos se encomendaban a la “medicina tradicional”, supercherías como la acupuntura (por cierto, ¿alguien ha visto a algún “acupuntor” entre el personal médico de Wuhan?). En 10 días tú puedes montar un hospital de campaña, pero no es fácil ni cuestión de un año ni de cinco tener una eficiente red de atención primaria como tenemos en España, así que para China la contención es vital. Además se trata de una dictadura, que obtiene popularidad de situaciones así donde se evidencian las ventajas de “la mano dura” y el Estado emerge como un ángel custodio.  Amén de efectos colaterales (se acabó en seco la protesta independentista de Hong Kong).

No digo que deliberadamente China inyecte miedo entre la población como estrategia de control social. Digo que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid… Ver a una eminencia china, que probablemente sea uno de los mejores virólogos del mundo dando una conferencia de prensa en mascarilla a sabiendas que simplemente está haciendo un teatrillo, da que pensar…

 

 

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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