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¿Quién teme a la IA feroz?

2023 ya tiene personaje del año: la Inteligencia Artificial, esta entidad amorfa que parece suscitar tantos miedos. Miedos y medios, porque hay que entender que para un medio de comunicación pintar cualquier cosa como amenaza es más resultón que pintarlo como una ventaja. Inteligencia Artificial: la obsolescencia del humano.

Dispensen el autobombo pero uno ha dedicado tiempo a pensar en la inteligencia artificial, entre 2009 y 2018 mantuve un blog (obviamente humorístico) sobre la vida sexual de una IA. Filosóficamente me apasiona el tema: ¿cómo generar autoconsciencia? ¿puede la materia pensarse a si misma? ¿qué es el hombre? Pero dejemos la filosofía. Lo que tenemos hoy son algoritmos capaces de hacer a veces cosas mejor que los hombres. Aunados a procesos de digitalización, estos algoritmos son presentados como amenazas para el hombre. ¿Qué hay de cierto en eso?

Partamos de la base de que todo avance tecnológico convierte en más eficiente un determinado proceso. En consecuencia, todo avance tecnológico es una mejora del proceso. Otra cosa será que dicha tecnología se aplique para el bien o para el mal. O que el proceso esté pensado para el mal (vg: el homicido). El mismo martillo que esculpe la Piedad de Miguel Ángel sirve para mutilarla. Evidentemente, hay que regular los usos de la tecnología, decir para qué sí y para qué no.

Se acusa a la IA de devaluar la sabiduría. ¿Para qué molestarse en acopiar conocimientos y datos si un asistente virtual los obtiene mejor y más rápido? Y es cierto, pero aquí hay que insistir en que el conocimiento es comprender, no retener. El conocimiento es correlacionar datos para una mejor comprensión de las cosas. Que una máquina te responda a la pregunta ¿por qué pasa lo que pasa? no te exime de pensar si realmente quieres comprender la respuesta. Vean que va en condicional. Hay gente para todo y el común no se pregunta demasiado por el porqué de las cosas. Nadie dijo que se necesite comprender qué es ser feliz para ser feliz… Probablemente, la sabiduría está sobrevalorada (la felicidad, más). Lo que realmente nos gusta a todos es vivir mejor.

Pero dejemos la retórica. En lo que al común se refiere, lo que asusta de la IA son las profecías de que causarán un apocalipsis laboral. Que muchas profesiones perderán su sentido. Y bueno, es cierto, la actual tendencia a automatizar procesos dejará sin sentido parte importante de nuestro mercado laboral. Ocurre que la historia en buena medida desmiente este supuesto apocalipsis.   Si atendemos, por ejemplo, a la revolución industrial, más bien sucede lo contario. Pero antes de volver sobre la máquina de vapor tengo un ejemplo muy bueno que ayuda a entender que la automatización no es la enemiga de la creación de riqueza y empleo.

Deep Blue. Foto James the photographer para Wikipedia.

1997. Tras varios intentos, la computadora Deep Blue lograba derrotar al entonces campeón del mundo Gary Kásparov. Se declaró el fin del ajedrez. ¿Qué sentido tenía una competición condenada a ser ganada por un armario negro cargado de chips de la IBM? Cuarto de siglo después el ajedrez vive su mejor momento. Millones de personas lo juegan, los módulos de análisis son fenomenales tutores y los campeonatos -entre humanos- son más apasionantes que nunca, incluso se retransmiten en vivo con la tensión de un combate de boxeo. El sector mueve muchísimo más dinero que a finales del XX.

En general, los avances tecnológicos generan riqueza y crean nuevos y mejores nichos laborales. La invención de la máquina de vapor es otro ejemplo de libro. No faltaron al principio quienes, viendo peligrar su modus vivendi, la emprendieron contra la máquina. Es el movimiento ludita. Pero la máquina abrió las puertas a la industrialización, y con ella, la universalización de unos bienes hasta el momento solo disponibles para una minoría. Evidentemente, también derivó en una brutal transformación social con ganadores y perdedores. La revolución industrial aparejó sus propias injusticias, pero en líneas generales el balance de progreso parece indudable visto desde hoy.

Sucede, además, que oponerse al avance tecnológico se paga. Un buen ejemplo lo tenemos en Segovia. 1779, Laureano Ortiz de Paz funda la Real Fábrica de Paños Superfinos, un intento de concentrar en una construcción fabril moderna (incluso se llegaron a importar los primeros telares a vapor)  la aún importante industria pañera segoviana. El historiador local Francisco Javier Mosácula sostiene que un movimiento ludita de los gremios segovianos, que percibían la inversión como un peligro, terminó con el incendio de la Casa Grande en 1817 que dio al traste con el proyecto.

¿Le fue a Segovia mejor oponiéndose a los avances? Pues para nada. Sin máquinas, los gremios perdieron el tren del algodón que ya estaba transformando la economía mundial. En apenas 20 años la ciudad perdió más de la mitad de la población (de 15.000 habitantes a finales del XVIII a poco más de 6.000 en la década de 1840) y Segovia entró en una decadencia de la que apenas saldría a principios del XX. Una cosa es tener respeto por la tecnología, otra, temerla y ahuyentarla.


Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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4 Comments

  1. Los mismos que han desarrollado la inteligencia artificial (ya decir que una maqui a es inteligente…) avisan sobre sus riesgos y peligro…un nuevo franqesten. Y de fondo Taiwan que tiene el monopolio de los microchips y l guerra chiná EEUU geopolitica

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  2. A propósito de los comentarios del principio, dos preguntas tontas para el autor:

    1-¿Puede aprender la IA a equivocarse?
    2-¿Quién asumirá la responsabilidad civil de los errores cometidos por IAs? Y si la hubiera, ¿la responsabilidad penal?

    Enhorabuena por el artículo

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  3. Hace unos días se publicó que en una simulación de combate un dron militar con IA decidió atacar a su operador humano, debido a que en la paja mental de algoritmos que se hizo lo consideró un obstáculo para cumplir su misión.
    ¡Viva la desobediencia ínsita en la IA!

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  4. Ufff. Es como si el dron Aceves atacará a su amo Sánchez. Ah, que hablamos de inteligencia, y allí no la hay ni natural ni artificial, ja, ja, ja.

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