Milagros Marcos y Silvia Clemente, compañeras de cuchara.

Reconozco que cuando voy a la fiesta anual del judión de La Granja tardo mucho tiempo en recorrer la pradera de la localidad donde se agolpan familias completas, grupos de amigos y ciudadanos en general porque a uno le llama lo que le llama y mire, tener a tiro a centenares —si, si, centenares— de políticos con la guardia baja, supongo yo que fruto del calor y la caraja vacacional, y con mentalidad festiva es una ocasión que no hay que desperdiciar. Yo, que soy precavido, evité además beber el vino que nos ofrecieron —caray, en esto ahorraron— junto a los riquísimos judiones, logrando así mantener la mente lúcida.

Hombre, hay escenas impagables, como la de ver juntas a la presidenta de las Cortes regionales, Silvia Clemente —nos relató el calendario completo de actividad parlamentaria de aquí a diciembre— y la consejera de Agricultura, Milagros Marcos, que ya sabe que los mentideros gritan que para que estas dos coman juntas, pues solo en ocasiones como esta y con el presidente provincial del PP, Francisco Vázquez, entre ambas.

Del Barrio, haciendo cola.

No me haga citar a todos, pero sí hay que nombrar al alcalde del Real Sitio, José Luis Vázquez, disfrutando del papel que más le gusta, el de anfitrión, saludando mesa por mesa a los vecinos y vecinas de su municipio con todos sus núcleos y decir que allí estaba el secretario regional del PSOE, Luis Tudanca, todos nuestros parlamentarios nacionales, a excepción del socialista, Juan Luis Gordo, los procuradores y diputados provinciales de todos los partidos y decenas de alcaldes de toda la provincia y hasta de la de Madrid… un festín, ya le digo.

Por cierto, que también estaban en la pradera los representantes de Podemos, con Natalia del Barrio al frente, aunque quisieron distinguirse de la casta y de su corralito acotado y formaron en la larga cola de ciudadanos con su bandeja de cartón en la mano. Claro, que el gesto populista pudo enturbiarse cuando una mujer les acusó directamente de estar colándose para adelantar puestos y hubo un rato de discusión. Sin trascendencia al final.

Inconvenientes de llegar el último.

En el corralito ese, aparentemente no hay protocolo, pero si uno mira como se sentó ‘casualmente’ el personal podría llegar a pensar que aquello estaba colocado por expertos. Ya sabe, del centro hacia los extremos según grosor del bastón de mando en largas mesas corridas. Eso sí, el que llega tarde y no tiene a nadie que le guarde el sitio, tiene problemas. Les pasó a los concejales de la capital, que aparecieron a las tres menos cinco: hueco hecho a base de apretujones en la mesa tres para el alcalde eventual, Alfonso Reguera y José Bayón; gallinero de extrarradio para Paloma Maroto.

Algunos temas de actualidad que escuché reiteradamente: pues el futuro del centro hípico, ese que tanto separa a Clemente y Marcos, aunque esta última dice que tiene cinco ofertas de empresas interesadas en su modelo de gestión; lo incómodos que son los micrófonos indiscretos, aunque le confieso que algún socialista me dijo, literalmente, que cosas como la de que se conozcan las críticas a Arahuetes “nos han hecho un favor”.

Flotaba e los comentarios también la futura organización de la delegación provincial de Educación tras la marcha anunciada de su delegado, Antonio Rodríguez, en la que se habla de una sucesión “natural” (la número dos, de apellido, Pascual, como la Secretaria General de Instituciones propias de las Cortes regionales, pasaría a encabezar la delegación); o hasta el estado de la profesión periodística en esta provincia, también de moda en estos círculos donde tanto preocupan los titulares.

¿Y del próximo Gobierno de España? Pues fíjese, que el tema salió una y mil veces pero el personal, incluidos los diputados, pone cara de póker y encoje los hombros, como eludiendo profundizar en un asunto en el que aparentan ser meros espectadores y ninguno es capaz de sacar pecho con una revelación novedosa. Vamos, que están como usted y yo: esperando a ver si sale humo de la chimenea.

Y así se fueron gastando los más de 1.000 kilos de judiones, con su careta, codillo, chorizo y morcilla, que para nada ayudaban a rebajar el calor de justicia que caía sobre una atestada pradera y alrededor de las barras donde se servía el café de puchero y siguieron los corrillos. Seguí un rato a algunos de los políticos principales que hicieron su trabajo de sonrisas y saludos —si alguno saca una papeleta electoral, no me habría chirriado en absoluto— entre mesas y sillas de campo, pero enseguida me cansé del ritual y además me entró la calorina, que no estoy acostumbrado a comer fuera de casa y menos en tamaña cantidad.

Si me viera… estoy como una boa tras comerse un antílope recién nacido. ¡Qué rico, chico!