free web stats

Hay que quedar más

Mi amigo Rafa y yo paseábamos por los Jardinillos de San Roque una mañana de agosto de 1996. Teníamos catorce años, ni una peseta en el bolsillo y un taco de cromos de fútbol repetidos para cambiar. Hacer una colección iba más allá de pegar adhesivos en un álbum: era aprender a gestionar la propina, relacionarse con los de nuestra edad, negociar, hacer tratos que llegaran a buen puerto y descubrir que las mejores cosas en la vida llegan poco a poco, rellenando huecos de cada equipo y avanzando sin querer alcanzar la meta demasiado pronto. Tener prisa significaba quedarse fuera de las conversaciones de parque antes de tiempo, y con catorce años uno debe estar metido en todos los jaleos callejeros.

Un chico que tenía fama de vacilón vino gritando que le había tocado el cotizado cromo de Giovanni, un brasileño recién fichado por el Barcelona. Empezó a reírse de nosotros cantando «Giovanni, Giovanni» con un tono que hubiera calentado al ser más paciente en la Tierra. Eso no podía quedar así, pensé. Miré a Rafa, Rafa me miró, y en un instante imperceptible al ojo humano nos entendimos, los dos sabíamos qué teníamos que hacer. Cuando conoces a alguien desde los tres años, los secretos se cuentan con la mirada, no con la voz. Felicitamos al chico con deportividad, tenía a Giovanni y nosotros no… hasta dentro de un minuto.

Con cara de derrotados, rogando clemencia, le pedimos que nos dejara ver su taco de cromos por si nos interesaba alguno. Rafa cogió una mitad, yo la otra, y nombramos capitán de los ejércitos al que inventó el concepto de «divide y vencerás». La atención del vacilón fue para mi amigo y cuando llegué al susodicho cromo lo tiré al suelo y lo tapé con el pie. Acabé el repaso y anuncié cariacontecido que los tenía todos, Rafa hizo lo mismo, interpretando mi comentario como que la misión estaba completada, y el vacilón se alejó feliz siguiendo con la coreografía de «Giovanni, Giovanni» que a esas alturas ya sonaba como futurible número uno en Los 40. Me agaché, cogí el botín y nos marchamos en la dirección contraria cantando la misma canción que nuestro derrotado rival, felices por el trabajo bien hecho y rumbo a callejear sin más destino que el que surgiera de la siguiente ocurrencia.

En estos fines de semana previos a la Navidad tienen lugar las habituales comidas y cenas de amigos. Las redes sociales se llenan de fotos de pandillas de toda la vida reencontrándose, con textos de acompañamiento a la imagen del tipo «por fin juntos», «equipazo», «los de siempre», «mi vitamina»… Coincidir en su práctica totalidad es un hito a partir de los treinta y un milagro en los cuarenta. La última vez fue en el mismo evento del año pasado y en esta ocasión, como una tradición a la altura del Roscón de Reyes, de la Tardebuena o de la discusión sobre si chupar la cabeza de los langostinos es sano, se pronunciarán las frases habituales y los suaves reproches, especialmente cuando el alcohol aderece la reunión. «Tenemos que vernos más», «Qué difícil es hablar contigo por teléfono», «Ya, soy un desastre, entre el trabajo y los niños acabo muerto y no miro el móvil», «Hay que hacer un viaje este año», «A ver si termina esta racha en el curro y os venís un día a cenar a casa», «Deberíamos quedar al menos una vez al mes, aunque sea a tomar un café»… y un montón de variaciones más de una realidad que en mayor o medida nos contagia a todos: el tiempo es limitado y la forma de repartirlo deja para las ocasiones puntuales la amistad.

WhatsApp crea una falsa sensación de cercanía. Con un emoticono, un comentario o un vídeo compartido tenemos la impresión de que estamos en contacto con nuestra gente, esa con la que hemos pasado todas las horas posibles en un tiempo en el que las obligaciones dejaban más libertad. Si alguien nos pregunta por un tercero, podemos decir en la misma frase que le va todo bien, dar algún detalle concreto de su vida y a la vez afirmar que llevamos cinco meses sin verlo, muchas veces viviendo en la misma ciudad. «No coincidimos» o «Cuando puede él/ella no puedo yo y viceversa» son razones que esgrimimos como si fueran una imposición a la que no pudiéramos darle la vuelta con un poco de esfuerzo común.

Sin embargo, cuando llegan estos días y nos juntamos, se producen escenas que se calcan de una pandilla a otra, una mezcla entre ponerse al día y tirar de nostalgia que nos resulta agradable. Las anécdotas pasadas, tantas veces manoseadas, vuelven a relatarse una vez más, y nos reímos como si fuera la primera vez que las escuchamos, porque en el fondo es así, siempre suenan a nuevas. Mientras disfrutamos de ese momento pensamos que por qué no lo hacemos más veces, pero ese deseo cuando llega la rutina y lo aplasta todo, se esfuma.

La amistad es una construcción social que ha requerido tiempo para definirse como tal, pero de la que nadie nos avisó que también necesitaba mantenimiento. Llegar a un nivel en el que con una rápida mirada dos amigos ya sepan que tienen que robar un cromo trabajando en equipo, no se consigue fácilmente. Dejar todo a la nostalgia y a una comida o dos anuales es olvidarse de alguna manera de dónde viene uno y peor aún, del lugar donde siempre va a poder volver si las cosas no vienen bien dadas. Así que, mis queridos lectores, ya sea para cometer un hurto menor, para dar un paseo por el campo, hacer deporte, tomar un café o un gin tonic o acompañar a un padre o una madre en la tortuosa tarea de ir al parque con los niños, cumplan las promesas que van a hacer en este final de 2023 en su comida de amigos.

Feliz puente.


Author: Alberto Martín

Profesor universitario y escritor

Share This Post On

12 Comments

  1. El típico truco de tapar el cromo con el pie…. ¡Que malvado!

    Post a Reply
    • Debo matizar y matizo que fue un modus operandi puntual y que el delito ha prescrito en el Supremo 😉

      Bueno tiempo el de los cromos y la adolescencia, señor (o señora) Cromados.

      Gracias por leerlo. Saludos.

      Post a Reply
    • Me has hecho recordar de los tazos de pokemon que coleccionaba con mis hermanos. Usábamos el dinero de la merienda del colegio para ir a comprar una bolsa de cheetos, y descubrir en su interior cuál venía y luego nos reuníamos a intercambiar. Aquellos tiempos. Gracias Alberto .

      Post a Reply
      • ¡Gracias a ti por pasarte y contarme tus recuerdos, Elizabeth! Supongo que con aquellas edades teníamos la ‘obligación’ de gastarnos el dinero en todo menos en lo que había que hacerlo, y los cromos estaba en el número 1 de los motivos.

        Saludos.

        Post a Reply
  2. Con esas “habilidades” de adolescente, esperaba que terminase el artículo descubriéndonos que ha llegado a ser inspector de Hacienda.

    Post a Reply
    • Jaja, la verdad es que habría sido un final entre inesperado y a la vez acorde, pero no, no era una habilidad que frecuentara mucho, es sólo una pequeña anécdota de las que todos tendremos mil que cuento para enlazar con el tema principal.

      Gracias por pasarse por aquí y feliz día festivo, Segoviano.

      Saludos.

      Post a Reply
  3. Un buen artículo sobre la amistad, el compañerismo y las redes sociales. ¡Enhorabuena Alberto!

    Post a Reply
    • Muchas gracias, estimado lector. Espero que le haya recordado alguna etapa pasada agradable a usted también.

      Saludos.

      Post a Reply
  4. Que buenos tiempos y, que bonito artículo, gracias

    Post a Reply
    • Mil gracias a usted por leerlo y por dejar su comentario, Juanito. Nunca está de más hacer un pequeño viaje hacia atrás, ¿verdad?

      Saludos.

      Post a Reply
  5. Has verbalizado lo que muchos pensamos y nos has puesto en modo Navidad. Gracias

    Post a Reply
    • Gracias a ti por leerme y que tengas una estupenda Navidad con tu gente, Vitango.

      Saludos.

      Post a Reply

Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *