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Pepelu

PepeluFusalSegoviaEl adiós de José Luis Montero (Pepelu en el mundo del sala) de la secretaría técnica del Segovia Fut Sal deja un vacío importante. Un hueco que, tratando de ser lo más objetivo posible, tiene muchas luces, pero indudablemente tiene también algunos episodios de más difícil explicación.

En su haber, las apuestas por entrenadores jóvenes, con gran proyección y con ideas renovadas. Candelas, Venancio, Miguel Rodrigo o Jesús Velasco son, sin duda, de los mejores entrenadores españoles (y mundiales) y han supuesto las bases de grandes proyectos anclados a sus cabezas privilegiadas, que llegaron a ganar títulos y codearse con los mejores en varias épocas. Asimismo, apostó casi siempre por un perfil de futbolistas jóvenes, a veces con talento ligeramente asomado, otras con virtudes escondidas, que requerían ese sexto sentido para ver en potencia jugadores franquicia donde los demás sólo veían niños con ciertas dotes.

Cazatalentos

Pepelu es así, bastante cabezota en sus apuestas. Su conocimiento exhaustivo del mercado madrileño le facilitaba la confianza suficiente para fichar a chavales con 18 ó 19 años -por los que casi nadie daba un duro y parecían tan sólo avalados por los entrenadores de base de categorías inferiores- para meterlos en ese horno de maduración rápida que suponía el Pedro Delgado y, con el tiempo, admirar la eclosión de un Amado, un Orol, un César, un Daniel, un Tobe, un Fali, un Borja, un Matías o un Igor. Grandes futbolistas no siempre previsibles y que dieron un extraordinario rendimiento deportivo y, en muchos casos, económico.

Pero si ponemos en su haber todos esos grandes logros, debemos igualmente situar en su debe algunos casos especialmente incomprensibles. No estoy pensando en los Werner, Cogorro, Andreu, Miñambres o Arrivi, que fracasaron pese a que llegaban avalados por magníficos informes, apuestas generalizadas o buenos currículum; a esos jugadores, casi con toda seguridad les hubiéramos firmado cualquier de nosotros en su lugar. Ahí no cabe, creo, la opción de hablar de error, sino de infortunio, de incomprensible devenir. Me refiero a esas apuestas empecinadas por jugadores que, desde el primer momento y bajo el prisma de múltiples expertos y conocedores del tema, parecían decisiones estrelladas desde su nacimiento y difícilmente explicables para un club como Caja Segovia.

No voy a dar nombres, porque son también decenas y sus periplos, causalidades y tránsitos hacia el fracaso, muy diversos, pero seguro que les van surgiendo rostros y recuerdos. Jugadores sin virtudes, ni prestaciones evidentes, de escasísima cualificación, deportistas con graves problemas personales, de edades avanzadas y sin bagaje en la élite, intentos fugaces por encajar futbolistas procedentes del fútbol 11, apuestas familiares… surgen así otro sin fin de nombres propios a los que ya las primeras impresiones (diez minutos de entrenamiento o una valoración de un técnico normal) hubieran rechazado de plano su adquisición.

Pero por encima de cualquiera de esas reflexiones, siempre me quedará una crítica que me duele mucho más al valorar su dedicación en la secretaría técnica. Y es esa desconfianza y sospecha permanente que casi siempre mostró por los técnicos y jugadores segovianos. A éstos nunca se les ha valorado por su cualificación o por sus dotes, sino que se le presuponía una especie de amor y devoción por los colores tal que, desde siempre, parecían verse abocados a tener que aceptar ofertas económicas inferiores que las de jugadores ostensiblemente peores, quienes -por el hecho de apostar por venir a vivir o jugar a esta tierra- han tenido prerrogativas, beneficios y cuotas de confianza en sus procesos de adaptación o desarrollo mucho mayores que ellos.

Author: Opinion

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