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Opinión: Para esto he venido

Por César Franco, Obispo de Segovia

ObispoSegoia20143En el evangelio de este domingo (Mc 1,29-39), Marcos hace gala de su habilidad narrativa para presentar la misión universal de Cristo. El escenario de la actividad de Jesús se amplía progresivamente: Jesús cura a la suegra de Pedro en su casa; después, en la puerta de la calle la gente se agolpa trayéndole sus enfermos. Pasada la noche, que Jesús interrumpe para orar, se dirige a las aldeas cercanas para predicar también allí. Finalmente, el evangelista dice que recorría toda Galilea. Jesús pasa, pues, de la pequeña casa de Cafarnaúm a la Galilea de los gentiles, impulsado por el celo de la predicación a todos los hombres, mientras los cercanos a él pretenden retenerlo en su ciudad. Para reforzar este afán misionero de Cristo, el evangelista no duda en afirmar que «la población entera se agolpaba a la puerta» mientras Pedro y sus compañeros le dicen: «todo el mundo te busca».

Esta última frase puede parecer exagerada. Sabemos que no todos lo buscaban. Y algunos lo hacían con malas intenciones. Es posible que el evangelista la utilice en un sentido amplio, y se refiera no sólo a las gentes del pueblo sino a la misión de Cristo, enviado por el Padre a evangelizar al mundo. Ese mundo que busca a Cristo está representado por los «muchos enfermos de diversos males» que anhelan la curación. ¿Quién no cabe en esta afirmación? ¿Quién no necesita de la compasión de Cristo? ¿Quién no espera, como el paralítico, el ciego o el leproso, que, al pasar Cristo a su lado, se le conmuevan las entrañas, y lo sane? Varios estudiosos del evangelio hacen notar que los relatos de los evangelios en que Jesús aparece rodeado de enfermos que imploran su curación es la mejor presentación de la profecía de Isaías cuando habla del Siervo de Dios cargado con nuestras dolencias, miserias y necesidades. El Siervo doliente y paciente que revela en sí mismo la compasión del Padre. Miradas así las cosas, ciertamente, todo el mundo busca a Jesús, aún sin saberlo. Todo persona necesita compasión, misericordia. San Agustín, en una de sus magistrales síntesis de la vida cristiana, la define así: miseria y misericordia. Miseria del hombre, misericordia de Dios.

Querer impedir que Jesús llegue al último confín de la tierra, alcance al hombre herido por cualquier pobreza y ponga su bálsamo como buen samaritano en las llagas de la humanidad, es un atentado contra la universalidad de su misión. Hay un cierto matiz de reproche en las palabras de Cristo, cuando los suyos intentan retenerle en Cafarnaúm: «Vámonos a otra parte, afirma, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido».

La misión de Cristo es predicar y salvar y, si no compartimos esta misión recibida en el bautismo, claudicamos ante lo que Bernanos consideraba una forma de impostura: vivir sólo para ser queridos. Los apóstoles tuvieron que superar los particularismos y aprender la universalidad de la misión. No eran enviados sólo a Israel, sino al mundo entero. De ahí que Pablo sea devorado por el celo de evangelizar al estilo de Cristo. Escribiendo a los corintios, exclama: «ay de mí, si no evangelizo». Y lo hace imitando a Cristo, rodeado de la misma gente que se aglutinaba junto a Cristo: los débiles. La caridad de Cristo le urgía hasta decir: «Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles: me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos» (1Cor 9,23). Cuando uno ha llegado a conocer y poseer a Cristo, no lo guarda para sí mismo, siente la necesidad de entregarlo a los demás.  Es un fuego que arde en el corazón, como dicen los discípulos de Emaús, destinado a abrasar al mundo. Así lo dijo el mismo Cristo: «He venido a prender fuego a la tierra y ¡cuánto deseo que ya esté ardiendo!» (Lc 12,49).

+ César Franco, Obispo de Segovia

Author: Opinion

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1 Comment

  1. ¡Cómo necesitamos que arda todo! don César.

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