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Opinión: Historia y fe

En su carta pastoral, César Franco, obispo de Segovia nos adentra en la historicidad de los evangelios de la mano de san Lucas, el que más regusto por el detalle histórico dejó. “La fe tiene su fundamento en la historia, pero el significado último de esa historia sólo es percibido por quienes la leen con la fe de los evangelistas, que, en último término, viene del mismo Cristo”.

De los cuatro evangelistas, Lucas es conocido como «el historiador», porque demuestra especial interés en enmarcar la vida de Jesús en su momento histórico. Quien lea, por ejemplo, la presentación que hace de Juan Bautista, observará que comienza con una especie de crónica histórica donde se enumeran los personajes que gobernaban en aquel momento. También el nacimiento de Jesús hace referencia al emperador Augusto y a Cirino, gobernador de Siria, en cuyo mandato se llevó a cabo el empadronamiento ordenado por el César de Roma. Este gusto por la historia no es pura erudición, sino que revela una intención que el mismo evangelista declara en el prólogo de su evangelio, a saber, trasmitir un relato de los hechos tal como fueron referidos por los testigos oculares y servidores de la Palabra. Esta fidelidad a los hechos tiene como finalidad que quienes lean su evangelio conozcan la solidez de las enseñanzas que han recibido, si es que profesan la fe cristiana, como lo hacía Teófilo, a quien destina su escrito. Por eso Lucas afirma expresamente que ha investigado todo con diligencia desde el principio.

Es sabido que Lucas no fue apóstol de Cristo. Tampoco sabemos con certeza que lo hubiera conocido personalmente. Aparece citado por san Pablo en sus cartas, lo que hace suponer una relación estrecha con él. Esto explica que, al escribir su evangelio, buscara documentarse bien acudiendo a las fuentes mismas de la historia que narra. Y para describir estas fuentes, utiliza dos expresiones muy significativas: «testigos oculares» y «servidores de la Palabra». La primera expresión habla de acontecimientos históricos, que pudieron ser constatados por contemporáneos. La segunda es una fórmula teológica para definir a quienes tenían como oficio en la Iglesia predicar el evangelio, «servir a la Palabra». Estas dos designaciones describen muy bien qué es el evangelio de Lucas y, por afinidad, los tres restantes. En ellos, la historia se convierte en objeto de la predicación. Los evangelistas narran la historia de Jesús, transmitiendo datos históricos, pues, de lo contrario, no se podría llamar historia; y, al mismo tiempo, narran la historia como servidores de una palabra que no es meramente humana, sino palabra que viene de Cristo, el Hijo de Dios. Los evangelios son la historia de Cristo narrada por quienes han visto los acontecimientos y, al mismo tiempo, iluminada desde la fe que tales acontecimientos han suscitado. Por eso hablamos de historia sagrada.

Un ejemplo de esta forma de contar la historia tenemos en el evangelio de hoy, que narra la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Jesús hizo, como era costumbre, la lectura de un pasaje del profeta donde se describe la misión del Mesías: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Cuando terminó de leer, Jesús dijo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». El evangelista narra lo que pasó en la sinagoga: un hecho histórico. Y recoge unas palabras de Jesús que lo interpretan: lo que había anunciado el profeta Isaías se cumple en Jesús. Este último dato también es histórico. Jesús dijo esas palabras, pero acogerlas o no, depende de la fe. Durante su vida Jesús mostrará que ciertamente él es el Mesías anunciado por el profeta, pero no todos lo acogerán como tal. La fe tiene su fundamento en la historia, pero el significado último de esa historia sólo es percibido por quienes la leen con la fe de los evangelistas, que, en último término, viene del mismo Cristo.

Artículo de opinión de César Franco, obispo de Segovia

Author: Opinion

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