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Apología de San Antonio

San-AntonioSan Antonio de Padua es el santo de los pequeños milagros. Durante siglos, ha sido el amo de los pequeños milagros cotidianos, las pequeñas alegrías que ponen en marcha el mundo. Bálsamo de humildes, la última trinchera de los despistados. Y como Alexis de Tocqueville, lloro cuando pienso que mis hijos tal vez se pierdan ese legado de esperanza.

Yo antes que creer en Dios creía en San Antonio. La cosa fue más o menos así. Como todos, durante la adolescencia me aparté de la vida católica (bueno, en gran medida sigo apartado porque soy un pobre pecador). Cuando estudié filosofía volví a interesarme por la sabiduría antigua. Descubrí cosas. Pero mis descubrimientos eran de naturaleza intelectual, simplemente comprendí el enorme bagaje cultural y conceptual que subyace a la ideología católica. Comprendí que la transmisión de valores se articula en torno a credos y que tras la coraza de la racionalidad se oculta un difuso mundo, lo que Eliade -y yo con él- llamaba “lo sagrado”. Obviamente, vi también la cara oscura de la iglesia, como todo lo humano, una estructura claramente encarada a la preservación del statu-quo.

La filosofía cambió mi enfoque de la religión, pero seguía viéndola como algo ajeno a mi ser vital. La respetaba, la comprendía y me interesaba, pero no para aplicarla a mi vida. Por lo demás, había cosas con las cuales no podía estar en más desacuerdo. ¿Qué es esto de resucitar? ¿Acaso los monos resucitan? ¿Acaso no somos los hombres monos lingüísticos? Que conste que no he podido solventar racionalmente eso (y eso para mí es una necesidad ética, obrar con racionalidad). Tengo algún plan, pero si he de ser sincero…

Sin embargo… Hay una etapa en la vida de los hombres y las mujeres en que nuestra visión vital del mundo cambia. Es la paternidad y la maternidad. Por mucho que tener hijos sea un coñazo, una pérdida de estatus y calidad de vida, la gran mayoría de los padres sabemos que la paternidad aporta malgré tout valor añadido. Nos da un cierto sentido de plenitud. De repente, con un bebé de pocas horas entre los brazos tienes las cosas
más claras. Sabes quién eres, qué eres y a dónde vas. La vida se carga de sentido.

Un día, gracias a los segovianos, descubrí esta bonita canción sobre San Antonio. Me encantaba ponerla a todo taco en el CD del coche de camino a la guardería. La cantábamos mis hijos y yo. Y fue así como vi la luz. Ese fue mi personal satori.

La canción habla de piedad, caridad, bondad, inocencia… Tiene un punto socarrón y tiene ese final que es como una loa a la naturaleza. A la diversidad de especies y vida que pueblan nuestro planeta. El milagro es del todo punto grandioso: como gracias a la bondad de un niño se traza una alianza con la naturaleza para salvaguardar una huerta. Pasmoso. Siempre he pensado que el gran Miyazaki (el único cineasta al que de verdad amo) debería dedicarle una película.

Decidí que mis hijos y yo necesitábamos crecer en el amor a la piedad, la caridad, la inocencia y la bondad. La alegría y lo sencillo. Ojo, sé que son palabras, sé que buena parte de mi ser es todo menos caritativo, sencillo o piadoso. A decir verdad, tengo el corazón más duro que una piedra. Pero precisamente por eso… Vi, que de todo lo que me rodeaba absolutamente nada me hablaba de esa vida que yo echaba en falta. Miraba las vallas publicitarias y me decían “compra y se feliz”. Conocía las estructuras político- ideológicas y solo veía maniobras para seguir en el poder. La única opción era o Bertand Russell o San Antonio, o buscar en el hedonismo y la transformación del mundo, dejando de lado lo sagrado, o ahondar en el misterio sin por ello renunciar a cambiar las cosas. Y voté por la tradición. ¿Saben por qué? Por qué solo en el misterio anida la esperanza.

Vale. Me consta que a los compañeros y blogueros de acueducto2.com les revienta que me ponga en plan místico-trascendente. Soy una antiguallla ideológica con patas. Puede ser.  Pero es que resulta que ayer casi se me va al carajo la web. Horas y más horas buscando soluciones y nada… (también por tonto, no crean).

Esta mañana, en cambio, he recordado que es San Antonio (felicidades a los de Palazuelos, San Cristóbal, lisboetas y tantos y tantos pueblos). Anda, San Antonio, échame una mano, le digo con desparpajo. Por supuesto, San Antonio no se ha aparecido en mi modesta oficina. Ni ningún pajarito me ha silbado en la oreja lo que tenía que hacer. Pero he visto la luz. La luz de los tontos sí quieren, pero luz al cabo. La voz interior ha dicho: ¿Has probado a leer el manual?  Es como si pudiera ver a San Antonio descojonándose de mí.

Y arreglado.  Y me dirán, Besa, recurrir a los manuales no es ningún milagro, es puro sentido común. Pues eso. En este caso, el milagro obrado no es otro que un atajo hacia el sentido común. El equilibrio, la armonía.  ¿Les parece poco?

PD. Más milagros de San Antonio. Tanto me gustaba esa canción que terminé colgándola de mi blog, Vida Sexual de una IA (ya ven, un blog snob dedicado a las flipadas y a la filosofía). Ese blog lo leen cuatro. Pero en esto una tipa entra a comentar a darme las gracias. Me contó que su abuelo buscaba desesperadamente esa canción. Que había perdido el cassette de Cecilio (otro grande). La nieta la encontró en mi  blog y se la pasó al abuelo, que se emocionó muchísimo y le mandó que me diera las gracias, que la canción le había hecho mucho bien.  Joder, casi lloro, debe ser de lo más bonito que me ha pasado nunca. Así son los milagros de San Antonio, aparentemente no lo son, meras casualidades. ¿Pero que hay de casual en que a un abuelo y a mí nos llega al alma una cancioncilla inocente? ¿Eh? Se podria escribir la historia de la humanidad para esclarecer eso.

 

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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1 Comment

  1. Coña! esta canción la versiona el Mester de Juglaria. Gracias Luis por este documento.

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