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Opinión: “Ha resucitado”

Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, escribe San Pablo. En esta onda, el obispo de Segovia, César Franco, diserta en el presente artículo sobre la centralidad de la Resurrección del Señor en el hecho del cristianismo.

Religion2La resurrección de Cristo es el fundamento de la fe cristiana. Si todo acaba en la muerte de Cristo, somos los más desgraciados de los hombres, decía san Pablo. La grandeza de Jesús se reduciría a la de un gran maestro de sabiduría y a su compasión por el hombre. Pero la muerte habría acabado con todo dejando a Jesús en la bruma del pasado. Nada más. Por eso, Nietzsche no entendía que cada domingo repicaran las campanas por alguien que había muerto hacía tanto tiempo. Olvidaba que los cristianos confiesan, como Pablo ante el procurador Festo y el rey Agripa, que Cristo está vivo, porque ha resucitado venciendo la muerte para siempre.

El cristianismo sólo se explica desde la resurrección. Es verdad que un historiador no puede probar este hecho, que supera la historia e introduce a Cristo en un ámbito supratemporal e metahistórico. Tampoco el historiador y el científico pueden negarlo. Pero el cristianismo no se sostendría sin él. En un primer momento, los apóstoles no creyeron, y consideraron el anuncio de las mujeres —las primeras en descubrir el sepulcro vacío y ser testigos de las apariciones— como ensoñaciones e ilusiones femeninas. Pablo, fariseo y perseguidor de los cristianos, no creía en la resurrección. Por ello, caminaba a Damasco cuando el Resucitado le salió al encuentro. ¡Cuántas explicaciones han dado a este hecho los racionalistas con tal de no aceptar el testimonio de Pablo de haber visto a Cristo!

Son precisamente las apariciones de Cristo, a personas individuales y en grupo, las que llevaron a la fe a los apóstoles y a la Iglesia naciente. Habría que tacharles de embusteros, ilusos, exaltados, para afirmar algo que no era verdad y que para el pensamiento judío sólo se daría al fin de los tiempos. Por ello, los apóstoles afirman ante la gente y ante los tribunales que Cristo está vivo, que han comido y bebido con él después de resucitar, que han tocado al Verbo de la vida, como le sucedió a Tomás. La Iglesia fundamenta su fe en esta experiencia real de los testigos del Resucitado. Testigos que, por defender la fe, fueron llevados al martirio. ¿Daría alguien la vida por defender una mentira? ¿Es posible imaginar, como pretenden algunas hipótesis fantasiosas, que los discípulos robaron el cuerpo de Jesús y dieron así origen a la fe cristiana? ¿Se puede explicar la multitud de cristianos que, a lo largo de la historia, han entregado su vida en nombre de Cristo al servicio de los hombres? Una mentira jamás es fecunda y, menos aún, en el orden del espíritu.

La fe cristiana, por tanto, se fundamenta en el triunfo de Cristo sobre la muerte que permite al hombre tener acceso a él en cada momento histórico. El hombre de ayer, de hoy y de mañana, es contemporáneo de Cristo porque éste le sale al encuentro, le interpela y le ama. La experiencia más genuina de la fe cristiana consiste en esta relación personal, directa, única con el Viviente. De ahí que la resurrección se entendió, desde el inicio de la fe cristiana, como una realidad que afectaba no sólo a Cristo sino a toda la humanidad. Por eso se llamó a Cristo «primogénito de entre los muertos». Los muertos habían comenzado a resucitar en la persona de Jesús. En el Libro de los Hechos tenemos una antigua fórmula de fe en la resurrección, según la cual Pedro y Juan «anunciaban la resurrección de los muertos en Jesús» (4,2). Aquí reside la verdad más original y fecunda de la fe cristiana, la que nos asegura que la muerte ha dejado de ser el «último enemigo del hombre», como dice san Pablo, porque Cristo la ha vencido en su resurrección, no sólo para él, sino para todos los que, unidos a él, hemos recibido ya las arras de la resurrección final.

Artículo de opinión de César Franco, obispo de Segovia

Author: Opinion

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