Posted By Opinion on 26, Ago, 2016

Artículo de José Javier Tomás Rubio.

Tras leer el artículo de Fernando Sanjosé sobre la fiesta anual del judión de La Granja he sentido la necesidad de hacer un par de cosas. La primera, a pesar de ser las tempranas horas de la mañana, comerme un buen plato (o dos) de este manjar segoviano. La segunda, más acorde quizás con el horario, remitir un escrito expresando mi malestar con el relato realizado sobre la presencia en la pradera de los representantes de Podemos, así como con el tono utilizado, tan afín a la línea arrojadiza, reiterativa y deliberada que suelen usar la mayor parte de los medios al referirse a cualquier cosa relacionada con la formación morada.

El artículo apunta, parece que de manera torticera, como la Procuradora Natalia del Barrio fue la responsable de la discusión en la que se vio envuelta por culpa de llevar a cabo un acto tan populista cómo es hacer la larga cola y abonar la consumición. Acción que, por cierto, hicieron la gran mayoría de asistentes, mortales populistas que, por supuesto, no tienen la virtud divina de haber sido elegidos para dirigir nuestras vidas.

Parece como si las palabras, por enésima vez en la prensa, quisiesen alertar de que es lo que ocurre cuando entran en escena los antisistema, esos peligrosos sujetos que pretenden alterar el orden natural de las cosas, el buen ambiente y la pacífica convivencia que, con su habitual gorroneo, garantizan los representantes de PP y PSOE. Es como si pretendiese que el lector (o lectora) llegase a conclusiones del tipo “no quieren ser casta pero realmente son mucho peor”, “pasan de privilegios pero bien que se cuelan” o “allí donde está Podemos hay conflicto”. Aunque el mensaje, subliminal, como mandan los cánones, ya está lanzado y si cuela, cuela.

Somos muchas personas, cada vez más, las que queremos que en las instituciones haya gente normal, con las mismas obligaciones y derechos que la mayoría de la ciudadanía, representantes sin más privilegio que el de representarnos. Creo que puedo afirmar con rotundidad que somos mayoría quienes queremos una clase política que sirva a la ciudadanía y no a la inversa, una clase política que esté cerca de la gente y no por encima de ella, ni, por supuesto, del bien y del mal como hasta ahora.

Pero también somos millones quienes queremos un periodismo riguroso, que se dedique a informarnos y no a ser un engranaje más de la máquina del fango. Quiero dejar claro que el hastío que aquí traslado, por supuesto, no es responsabilidad exclusiva de Fernando Sanjosé, convertido simplemente en la gota que colma el vaso, sino con esa generalidad de medios que se dedican a desprestigiar cualquier muestra de sentido común, proximidad y/o normalidad tachándola de populista.

Es una lástima que la prensa, en general, durante tantas y tantas décadas de demagogia, saqueo, corrupción, tratos de favor, chanchullos y demás abusos haya estado mirando hacia otro lado. Es enojante imaginar cómo sería este país si los medios de comunicación hubiesen hecho su trabajo y nos hubiesen informado de las injusticias e ilegalidades cometidas por el establishment y sus representantes con las mismas ganas con las que intentan hundir cualquier alternativa al mismo. Por mucho que pretendan convencernos de lo contrario hay una cosa que no admite discusión: en una democracia la soberanía debe ser popular, pero no de quienes violan la ley constantemente y destruyen las pruebas, sino del pueblo. Quizás ahí me estoy metiendo en otro jardín, seguramente más caro que el de Wert.

Por cierto, este jueves la clase política tradicional tenía una buena oportunidad para demostrar que no es nada populista, que no acude solo a aquellos actos con luces y taquígrafos buscando réditos electorales. Aunque sinceramente, me cuesta imaginar a quienes se autoproclaman guardianes de los derechos humanos acudiendo en masa a la cena solidaria de despedida a los menores saharauis que han pasado este verano en Segovia, y más aún pagando la entrada de su bolsillo.

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