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Opinión: Pablo VI, santo y confesor de la fe

César Franco, obispo de Segovia, dedica la presente carta pastoral a la canonización de este 14 de octubre del Papa Pablo VI, Giovanni Montini, de quien exalta su amor por la iglesia.

El domingo 14 de octubre Pablo VI será declarado santo. Pasará a la historia con muchos títulos de gloria: el papa que llevó a término el Concilio Vaticano II; el del diálogo entre la Iglesia y el mundo; el incomprendido por su encíclica Humanae Vitae; el que lloraba ante la secularización de un sacerdote; el que aceleró el ecumenismo con Oriente, y tantos otros títulos que hacen de él un gran sucesor de Pedro.

Deseo, sin embargo, centrarme en un aspecto crucial de su pontificado que revela la intimidad del Papa Montini, su amor inquebrantable a la Iglesia y lo más propio del ministerio petrino: la confesión de la fe. Si algo debe hacer un papa, por encima de cualquier otro quehacer, es defender la fe. Hay dos características de Pedro que se repiten, como paradigma inevitable, en cada sucesor suyo: confesar la fe en Cristo, como hizo Pedro en Cesarea de Filipo; y mostrar su disposición al martirio siguiendo a Cristo hasta la cruz. Cada papa escucha, con diversos matices, aquello de Jesús a Pedro: «Cuando seas viejo, otro te llevará a donde no quieras». Aludía Jesús al martirio que habría de sufrir. En cierto sentido, todo papa participa del martirio de la fidelidad a Cristo dando la vida por su grey.  «¿Me amas más que estos?».

En los momentos turbulentos del Concilio y de su posterior desarrollo, Pablo VI mantuvo firme la mano en el timón de la fe de la Iglesia, con su aguda penetración intelectual y su extraordinaria sensibilidad para saber presentar la fe en su integridad y armonía. La fe recibida de los apóstoles. Los debates teológicos sobre los temas que salían en torrente a discusión encontraron en este papa un defensor de la fe que supo presentarla y actualizarla en diálogo con el mundo sin perder nada de su riqueza. Su «Credo del Pueblo de Dios» es sin lugar a dudas el mejor exponente de su fidelidad a la Tradición y de su afán por trasmitir la verdad que fundamenta la Iglesia. Invito a leer y releer ese texto magisterial que desgrana los artículos de la fe y los presenta para ser entendidos por los hombres de su tiempo.

El secreto de esta confesión de fe radica en el amor de Pablo VI a la Iglesia. Ante la certeza de que la muerte se acercaba, Pablo VI escribió un año antes de morir una meditación sobre la muerte que merece estar en las mejores antologías de textos cristianos. Es una dramática y bellísima despedida de este mundo, acogiendo la muerte con serenidad cristiana y fijando la mirada sólo en Dios como juez supremo de la historia. En dicha meditación, el papa Montini desnuda su alma hasta límites impensables, reconociendo su fragilidad y confesando humildemente que el amor a la Iglesia le libró de su «mezquino y selvático egoísmo». Sólo ante la muerte, el hombre es capaz de hacer la sincera confesión de su pobreza y, al mismo tiempo, desvelar las íntimas motivaciones que le han sostenido en su vida. Pablo VI quiere que la Iglesia sepa que la ha amado y ha vivido para ella: «Quisiera que la Iglesia lo supiese; y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer». Como si fuera la esposa de la que se despide, afirma: «Querría abrazarla, saludarla, amarla, en cada uno de los seres que la componen, en cada obispo y sacerdote que la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla. También porque no la dejo, no salgo de ella, sino que me uno y me confundo más y mejor con ella: la muerte es un progreso en la comunión de los Santos».

Aquí está el alma de Pablo VI. La razón de su santidad. El amor de su vida: La Iglesia que hoy le reconoce en la gloriosa comunión de los santos.

Artículo de César Franco, obispo de Segovia

Author: Opinion

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