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La costra que deja la placa

Franco¿Eliminado el síntoma, eliminada la patología? La placa conmemorativa de Franco en Cantalejo era el síntoma y me parece lo suyo su sustitución por una nomenclatura más acorde con la sensibilidad que hoy tenemos de la dictadura franquista. De hecho el retraso resulta inaceptable.

Sin embargo debajo del síntoma subyace la patología, y a menudo me da la impresión de que, en realidad, maquillamos los  síntomas en la idea de borrar del recuerdo la patología padecida.

Digo padecimos pero lo cierto es que muchos españoles sufrieron la dictadura y muchos otros la gozaron. Voy a ser más concreto. Tras la salvaje represión de la posguerra la España superviviente entró en una dinámica cómplice con la dictadura. Ciertamente a miles de Españoles no les quedó otra (o te callas o ricino, o prisión, o paredón). Algunos buscaron las rendijas del sistema para combatir ni que fueran los excesos de aquella dictadura, y aún otros menos optaron por la clandestinidad. Por contra, decenas de miles se subieron por convencimiento o conveniencia al carro ganador. Y millones se encogieron de hombros dándolo todo por bueno. Que en Burgos van a fusilar a cinco chavales, hmmm, me encojo de hombros, no sea que me caiga una multa. No va conmigo.

En honor de todos aquellos que se encogieron de hombros debo decir que Franco, con el inestimable apoyo de una acrítica prensa, manipuló socialmente al país para presentarse como el salvador. Un ser providencial venido al mundo para redimir a los españoles de su innato cainistimo y, liberándoles de las inestabilidades políticas, conducirles a un mundo de progreso. Un mundo de progreso que peor que mejor tiene bastante de indiscutible, pese a quien pese. Quiero decir que aquel sanguinario y sagaz general tenía en buena parte de España la aureola del “pacificador”, pero esta aureola que mantuvo hasta el momento de su muerte no solo descansa en la sonrojante habilidad para la lisonja de los redactores de la época.

En la escuela, en casa, en los medios, a las generaciones jóvenes les vendemos la autocomplaciente historia de que Franco sojuzgaba a la nación. Olvidamos como el que no quiera la cosa el sorprendente respaldo social con el que contó el sojuzgador y la causa real de que esas placas hayan aguantado tanto tiempo. Me acuerdo de Francisco de Paula, Paco “el fúnebre”. Segoviano lúcido donde los haya. Hablaba de sus inicios de periodista en la Segovia de los 50 y reconocía “allí todos éramos más franquistas que Franco”. Eso no quita para que Paco formara parte de los segovianos que, procedieran de donde procedieran, trabajó por la restauración de la democracia.

Eso fue en la transición y a golpe de maquillar los síntomas veo que hoy toma cuerpo la idea de que la transición fue una imposición de los poderes fácticos, del búnker, una traición o una bajada de pantalones de los políticos de la época, que ante la perspectiva de ganar unas libertades sociales transigieron en otros muchos aspectos. El mal menor. El gran Manolo Vázquez Montalbán hablaba de la transición en términos de “vector de debilidades”. Y así fue. Pero en el sentido de que todas las partes tenían mucho que perder. Las fuerzas democráticas y no tan democráticas -que en 40 años no dejaron estrategia por probar para cargarse al franquismo sin el más mínimo éxito, y esta es la verdad- no podían ignorar el apoyo que el régimen contaba entre millones de españoles. El régimen, Suárez, sabía que los aires de cambio habían venido para quedarse. Y de lo que sabían unos y de los que sabían otros salió lo que salió. Y bien que salió.

Rechazo por impostura histórica la idea de que la transición fue una mera “imposición” cuando en realidad fue una complicada y exitosa “negociación” que, por una vez, sacó a España de lo que Gerald Brenan llamaba “el laberinto español”. Uno similar aunque no comprable al que ahora se atisba. Fue un acuerdo entre quienes querían modernizar España y quienes pretendían mantener en esa misma España muchas cosas que el franquismo nos legó y que amplias capas de la sociedad se negaban a poner en riesgo. Franco existió porque hubo franquistas. Montones de ellos y ni mucho menos todos malos o censurables.

Quitar placas, estatuas, yugos y flechas es como desprenderse de los granos que quedaron tras la viruela. Una mejora estética. Pero en su propio beneficio los jóvenes no deben caer en la burricie de pensar que aquella placa la puso el pelota del pueblo mientras los militares contenían a porrazos a una indignada y doliente masa. Hubo franquistas. A millones. Y si lo fueron fue por algo. Y no es bueno olvidar este algo, no sea que se vaya a repetir.

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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