La ciudad y los títeres

Otro día con Segovia petada de personal. Entre títeres, familias de graduados egresados, comulgantes y peregrinos de Las Edades. Ni la lluvia, rompiendo con ganas de modo intermitente pero un par o tres de veces por jornada, pudo con la ciudad. Aunque casi; ahí era nada ver a la organización montando y remontando. Está siendo un Titirimundi de lo más trabajado.

Pero hasta sin sol Titirimundi tira como un cañón. Se diría que la gente está avisada y los más van de riguroso invierno. Los madrileños empiezan a espabilar, que son 31 ediciones. Las entradas para ver los más de 50 eventos programados para el sábado, todas agotadas. Los Micro-espectáculos, esta suerte de titere-trucks, furgonetas y roulottes habilitadas para pequeñas representaciones como la de los rusos de La Enciclopedia de los Dragones (en la Plaza, mágia pura), copan sus diminutos pases en cuestión de minutos. Para los lugares calientes, como las escaleras de Las Sirenas o la Plaza, mejor llegar con 15 minutos de antelación. ¿Qué llueve? Todos a refugiarse al Torreón de Lozoya, y de paso ver la espectacular muestra de Gilbert Legrand, humanizaciones a partir de tetrabriks, pinzas de la ropa, peines, espátulas, botellas de detergente. Del todo recomendable, aunque no llueva.

Buena parte del atractivo está fuera de programa. Toda la cohorte de payasos, acróbatas, titiriteros en proceso, perroflautas y pedigüeños que campan por avenida Constitución, mano a mano con paradas de muñecos, artesanías y de todo un poco. Es el otro Titirimundi, el que ambienta pero vive de la gorra. Los espacios son asignados previa obtención de permiso por el ayuntamiento. Hay algún ilegal, pero en general, está controlado. Restaurantes a reventar y rozando los récords en la oficina de turismo. Mañana más.