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Indignados para siempre

Soy hijo, hermano, tío, cuñado, sobrino de abogados, o sea que la justicia, de un modo u otro, siempre ha estado presente en mi vida. Pero lo cierto es que mi primera experiencia con un tribunal se remonta a cuando empecé a trabajar en periodismo, en los 90. Me tocó cubrir un juicio mediático así que con mis cuadernillos y bolis me planté en la audiencia pública un tanto intimidado por la puesta en escena: policías, ujieres, las togas con puñetas del magistrado, los pobres acusados, las más pobres víctimas… Pero a los pocos minutos mi atención ya prácticamente se centraba en un personaje a la derecha del juez. Era el secretario judicial, un tío de treinta y pocos pero con una cara extraña, vamos, que parecía un poco retrasado. Tal impresión se vio reforzada cuando, en medio del interrogatorio de los testigos, el secretario extrajo un envoltorio, y del envoltorio una magdalena de considerables dimensiones. Con cuidado y hasta mimo el secretario quitó el papel de la magdalena y estuvo jugueteando con ella un buen rato. En esto, trinca el hombre el bollo y se lo mete entero en la boca. Insisto, en plena audiencia. Bueno, fin del espectáculo, me dije. Pero no. El secretario tenía los carrillos hinchados y no masticaba… ¿Qué diablos?, pensé, ya absolutamente ajeno al interrogatorio. Y entonces el nota va y se vuelve a sacar la magdalena de la boca, entera. Y así estuvo un tenso rato, metiéndose y sacando la magdalena (entera) de la boca en plena declaración del testigo, hasta que se la comió con gran fruición.

Lo más curioso es que nadie parecía haber visto aquello. ¡Era evidente que el juez debía haberlo visto! Estaba a pocos centímetros. Y las defensas, y el público y todo Cristo… Pero nada, ni un rumor. Atónito, me giré hacia un compañero veterano y le pregunté, ¿pero tú has visto eso?  Se rió y me dijo alegremente, “es el secretario, es un tío particular, muy buen tío, muy trabajador…”

Con los años he ido acumulando algunas, pocas (felizmente) experiencias más, diría que tipificables como normales; del tipo de sentarme ante una funcionaria en algún sótano lóbrego  y responder si me consta o no me consta esto o lo otro. También es verdad que la justicia ha mejorado… Al menos no es peor.

Tengo claro que sigue siendo el patito feo de la administración. La justicia es un contrapoder autónomo, lo cual siempre apareja tensiones con el resto de poderes. Diría que es un contrapoder sin capacidad de ingresos y económicamente dependiente de otro poder, a menudo en pugna o percibido como potencial enemigo. No tienen la llave de los caudales, pero sí las de la cárcel en la que meter a los de los caudales. De modo que están muy atrás en equipamiento y dotación humana. Para ser justos, también percibo en  los funcionarios de justicia hostilidad a lo tecnológico y al cambio: cuando en el sector de la comunicación (mucho más precario que el de la justicia) llevábamos lustros trabajando con pdfs, mi hermana, que es jueza, vino un día a lamentarse que les iban a obligar a trabajar con pdfs, y bueno, a la greña siguen, con sistemas telemáticos incomprensiblemente complejos, vulnerables y anti-intuitivos. De algo simple montan un Sindiós.

Y con todo me parece que hacen su trabajo. Mejorable, lento y burocrático, sí, pero el caso es que funcionar, funciona. España es un país ejemplarmente seguro, reconozcámosles al menos eso.

Sí, es verdad, todo el sistema judicial está orientado a la preservación del orden social en aras al mantenimiento del statu-quo. Por eso es tan difícil empurar a un político corrupto o a un VIP con un buen equipo de abogados a su servicio. Esto es así aquí y en Sebastopol. Probablemente, en Sebastopol peor. Un rico siempre lo tiene mejor que un pobre. Tenemos que mejorar eso, y aún mejorándolo, ser rico siempre será mejor que ser pobre.

Hoy la gente nace, vive y muere “indignada“. Y yo me reconozco harto de esta situación. Indignados por las hipotecas, los bancos y los corruptos, indignados porque a unos psicópatas les caen 9 años en vez de 20, indignados por tuits indignantes, indignados porque los autores de estos tuits vayan a la cárcel. El estado civil ya no es casado ni soltero: en su lugar es indignado.

Entiéndanme, comprendo la indignación, no sé qué pinta Urdangarín en Suiza, pero a mis años me interesa menos saber de quién es la culpa que implementar soluciones. Y no es fácil. Hay que meterse en entresijos para los cuales no siempre disponemos de formación/información. Las más de las veces nos topamos con un conjunto de egoísmos (entre ellos los míos y los de usted, no necesariamente antitéticos pero tampoco acordes) confrontados unos con otros que hacen del camino corto una cuestión mucho más complicada de lo que parece. El camino corto es un bisturí, y siempre que hay un bisturí hay sangre. Y nadie quiere que sea la suya la sangre derramada, mejor la del otro.

Así que que el mundo funcione me resulta milagroso. Funciona de aquella manera, con errores mortificantes, con retos bestiales sin atisbos de solución, con (sus legiones de) jueces malos y periodistas peores, con (sus legiones de) maestros locos, empresarios tramposos y políticos rateros. Paso por una calle y un operario arregla algo por cuenta del Estado. Sé la cantidad de papeles, trámites y tinta que ha tenido que gastarse para llegar aquí y me digo que, pese a todo, algo funciona. A muchos de ustedes les parecerá que es lo normal, que las cosas funcionen, y se indignan si las cosas no funcionan. Lo entiendo perfectamente. Ahora, si algo va mal hay que saber porqué, abrir la carcasa y preguntarse ¿cómo se arregla? Y para eso en algún momento hay que dejar el estado civil de indignación para pasar al de “pensemos que se puede hacer y cómo”. Con cabeza.

La indignación es un  estado de ánimo que en cualquier caso debe ser encauzadado racionalmente hacia la acción con vistas a la reforma. Ahora bien, hay quien prefiere mantenerse y mantenernos en una especie de indignación militante. A más indignación, más malestar social. A más malestar, más impopulares son las instituciones, más erosionada su imagen… ¿más próximo un cambio social? Pues esto es lo curioso. A más indignación, más crece Ciudadanos. Me parece que alguien está haciendo el tonto.

 

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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1 Comment

  1. …. y después de tantas toneladas de indignación ¿qúe?.

    La indignación para muchos es un sarpullido que dura unos días, después pasa, se contrarresta con otros episodios y ahí tenemos a los mismos con distintos ropajes dándonos motivo para más indignación.

    Menos indignación y más reivindicación de justicia social, de democracia,de modernidad .

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