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Frontera y refugio (y 2)

Dos territorios fronterizos acuden a mi pensamiento. El primero es la linde entre Israel y Líbano, al sur del río Litani. Fue escenario de la guerra de julio del año 2006, que enfrentó al ejército hebreo y a la milicia chiita de Hezbolah. Al término de los combates se desplegaron las fuerzas internacionales de UNIFIL, participadas por un contingente español encuadrado en la Misión Libre Hidalgo. Aterricé en Beirut en el verano del 2007, como director del Instituto Cervantes. Nada más llegar supe que nuestra base en el sur llevaba por nombre el de Miguel de Cervantes. El coronel Astilleros, oficial de enlace entre la embajada y nuestras tropas, me comunicó que reuníamos más coincidencias. Los oficiales enseñaban español de manera gratuita a los civiles de la zona, adultos y niños. Empezamos a trabajar juntos. Desde el Instituto les dábamos un cursillo somero que les facilitase la enseñanza de nuestra lengua. Les proporcionábamos materiales para los distintos niveles. Si se formaba un grupo con un español más avanzado desplazábamos un profesor de plantilla. Eran muy buenos maestros nuestros militares. Tuve ocasión de visitarlos con frecuencia. Casi siempre viajaba con Manolo Astilleros, que era hombre corpulento de talla y de carácter decidido y socarrón. Y bien informado. Dejábamos atrás Saida y Tiro donde, aunque entreverados, prevalecían los sunitas, y entrabas de lleno en territorio Hezbolah. Prueba de ello, los retratos que flanqueaban las carreteras: retratos de sus oficiales caídos en las refriegas. No los conté pero eran muchos. Si a la memoria de los mandos le sumábamos los milicianos sin recordatorio murieron por miles.

Los hebreos también sufrieron. Su carro de combate, el Merkava, era lento y presentaba puntos débiles en el blindaje. Los bazucas de la infantería enemiga lo aprovecharon: reventaron una docena de carros y dañaron otros veinte. Tuvieron ciento cincuenta bajas. En el año 2008 los israelitas probaron un nuevo modelo contra la milicia palestina de Hamás, en la operación “Plomo candente”. Un carro de combate más pequeño, más rápido y compacto. Les fue mejor: once muertos, cinco por fuego amigo y el Merkava actualizado apenas halló resistencia. Yo todavía seguía en Beirut.

Me despedí del país en el 2011, en la base Miguel de Cervantes. Dije lo que pensaba: expresé mi orgullo porque mis últimas palabras como director del Instituto Cervantes en el Líbano estuviesen dirigidas a militares españoles. Me hicieron entrega de una placa, de parte de la Misión Libre Hidalgo, en la que me agradecían mi contribución a la paz en aquellos pagos. En ese momento nuestra base acogía a los paracaidistas de la brigada “Almogávares VI”; así figura en la distinción. Cuando llegué a Segovia para entrar en campaña algunos me tacharon de “paracaidista”. Lejos de incomodarme -ignoro si lo pretendían- mucho me honraron, pues son recuerdos que nunca he querido que se borren. Mi segunda sensación de moverme en un espacio fronterizo me asaltó aquí, en Segovia. Una frontera abierta, no una franja enconada. Un lugar predeciblemente próspero, alimentado por la beneficiosa geografía. Medité en ello al hilo de unas reflexiones genéricas del economista Juan Velarde Fuertes. Dentro de siete días me extiendo sobre el tema.

Author: Opinion

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