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Cartelera Segovia: Doctor Strange y Yo, David Blake

Doctor Strange

drstrangeCon las películas de superhéroes marvelitas me pasa que no consigo establecer el pacto de suspensión de la incredulidad. Ya saben, en teoría literaria el “acuerdo” entre lector y autor conforme al cual el primero se dice algo así como, vale, voy a hacer como que esto que me cuentan es verdad. Y no lo consigo no tanto porque un hombre vuele, o como es el caso, abra butrones entre multiversos y recomponga la realidad con la energía obtenida en otro cosmos, no es eso. Soy un encallecido aficionado al género fantástico. No. El problema es que los héroes marvelitas tienen los límites de su poder deliberadamente difuminados. No sabemos cuál es el récord de tensión de una cuerda de Spiderman. No sabemos cuánto de lejos te puede enviar La Cosa de un hostión. No hay límite, no hay credibilidad. No hay verosimilitud.

Con Doctor Strange me pasó eso pero aumentado. No en vano estamos ante el Hechicero Supremo, el demiurgo gestor de la energía mística. Pero, ay, la mitología que debe sustentar eso apenas se esboza, no hay una ontología ni cosmología coherente (como sí la hay, por ejemplo, en Iron Man, o en Thor). Al final, el doctor Extraño es una mera excusa para encadenar otra película de acción en un universo en el que pasan cosas raras pero muy vistosas y entretenidas. Las dimensiones se distorsionan, arriba es abajo, el tiempo va alante-patrás. Lo típico.

El doctor Strange, muy bien interpretado por Benedict Cumberbatch, es un neurocirujano genial, una especie de House, igualmente sociópata. Un accidente le deja con las manos temblorosas y en el paro. En la búsqueda de curaciones milagrosas, da con una secta nepalí que resultan ser los depositarios de una tradición místico-milagrosa custodios del planeta. Buena presentación del personaje. Buena primera parte, y el resto, pues bueno…

Yo, Daniel Blake

danielblakeTambién tremendos problemas de verosimilitud con Yo, Daniel Blake, el melodrama social que le ha valido a Ken Loach la palma de oro de Cannes. Puro y duro cine de tesis que nos presenta el calvario de un carpintero que debe abandonar su trabajo por causas de salud y se enfrenta a un bucle burocrático que le va devorando mental y económicamente. En paralelo, Blake se cruza con Rachel, una madre soltera, dependiente de las ayudas públicas y que con la que de algún modo vivimos el descenso a los infiernos que supone pasar de una clase más o menos proletaria a la pura y dura mendicidad y al hambre, por culpa de los recortes sociales y las privatizaciones, que es lo que Loach pretende plasmar.

En el simplista mundo de Loach, la película puede resumirse como dos buenas personas arruinadas por el kafkiano mundo de los neoliberales, para quienes el Estado del Bienestar debe hurtarse a los necesitados a golpe de burocracia e inhumanidad. Eso no quita para que Yo Daniel Blake se me antoje tanto un muy buen retrato del proletariado inglés como de esta interminable y global crisis. Con toques dramáticos muy logrados y un aviso para navegantes: de aquí al banco de alimentos no hay más distancia que un año malo.

El problema es que, para sostener la tesis (socialismo=guapo, liberalismo=caca), Loach hace trampa. Un ejemplo, de acuerdo, supongamos que se le da muy mal la informática, tan mal que es incapaz de rellenar los formularios obligatorios para acceder a las ayudas sociales, que es el puctum doliens del drama. Pero es que justo sus amiguetes buscavidas son unos piratas del copón que negocian on line con un chino… ¡Coño, ¿no le podían ayudar?! Y así varias…

Para críticas salvajes al liberalismo, yo sigo prefiriendo Oliver Twist o si me apuran, Los lunes al sol.

Author: Luis Besa

Luis Besa. Periodista,

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